Opinión

La ética de la cola

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Sería un total despropósito pretender explicar en estos parágrafos los conceptos y diferencias entre ética, moralidad y “vida buena”. Me parece más interesante poner de relieve algunos ejemplos ciertos que se presentan cotidianamente en distintas latitudes del planeta. A partir de ellos, procurar una reflexión íntima del lector sobre las frecuentes disyuntivas que la realidad manifiesta sobre ética y moralidad.

Dando una ojeada a la obra de Michael J. Sandel, sobre los límites morales del mercado, encontraremos suficientes casos que revelan, o pudieran revelar, problemas de naturaleza moral.

Primero recordemos un supuesto planteado por Adela Cortina, que siempre genera posiciones encontradas y a la sazón produce en el auditorio respuestas un tanto ingeniosas. Imaginemos que en el lecho de muerte una madre le pide a su hijo que cada domingo le lleve flores al panteón. Sin dudarlo, el hijo hace la promesa que semanalmente cumplirá con la última petición de la madre, llevar flores a su tumba todos los domingos. Llegado el fallecimiento de la señora, su hijo incumple tajantemente su compromiso de acudir en los términos acordados. La pregunta es ¿el hijo incurre en algún acto de inmoralidad al no respetar la promesa hecha a su agonizante madre? Recordemos que ya no existe daño a ninguna persona, la madre ha fallecido. Responda usted.

Ahora bien, volviendo al profesor de Harvard, nos narra que en Estados Unidos existen algunos programas escolares en los que los incentivos para que los estudiantes progresen académicamente, más que de reconocimiento y fomento a la autoestima, son enteramente pecuniarios. Algunos de los más curiosos me parecen: el pago de dos dólares por cada libro leído en alumnos de segundo año; determinadas cantidades a cambio de calificaciones sobresalientes en alumnos de noveno grado –el alumno más aventajado, recibió casi dos mil dólares en un particular ciclo escolar-; y, pagar cierta cantidad teniendo como referencia la buena conducta, asistencia a clases y cumplimiento de las tareas.

Sin embargo, a la postre no existió una evolución académica evidente en lo que a las notas se refiere, solamente en Dallas –donde se ofrecieron dos dólares por cada libro leído- se advirtió un incremento significativo en la materia de comprensión lectora.

Preguntémonos, ¿es el ámbito escolar –especialmente a nivel básico-, un objeto susceptible de mercantilizar? ¿se debe motivar a los estudiantes con estímulos económicos? ¿es moralmente correcto?

Antes de “tropicalizar” el tema de esta columna, recordaremos un caso más. Cada año en Nueva York se presenta de manera gratuita una obra de Shakespeare. Las entradas son limitadas y se reparten en un horario establecido. Hay personas que se dedican a ocupar un lugar en la fila y vender la entrada a la obra. Particularmente en 2010 causó revuelo la participación de Al Pacino en la puesta en escena de “El mercader de Venecia”. Los boletos para presenciar las obras, que originalmente son gratuitos, llegan a revenderse en cientos de dólares.

Lo anterior no supone ninguna irregularidad en términos estrictamente económicos y utilitarios, en tanto que, en el libre mercado, los bienes deben llegar a quienes realmente lo desean –personas auténticamente interesadas en asistir a las obras de Shakespeare-. Sin embargo, el interés no debe desvincularse de la capacidad de pago. Seguramente habrá personas que no tengan la posibilidad económica de sufragar una entrada de cien dólares y tampoco el tiempo de esperar horas en la fila para recibir un boleto. Sandel ha denominado a esta problemática la “ética de la cola”, supone que las filas para cualquier evento deberían ser democratizadoras, en virtud de que igualan a todas las personas sin condicionantes económicas o sociales. En teoría, los individuos deben esperar y pagar por igual, por los mismos bienes o servicios. Pero el mercado también ha invadido y pervertido este fenómeno social.

Así, para concluir, podemos llegar a nuestro contexto, en específico el anual suceso de la venta de entradas para el Palenque en Culiacán. Este año, medios de comunicación reportaron a una semana del inicio de la oferta de boletos, que ya se había formado una fila en las afueras de conocido hotel. Ningún secreto es que se trataba de revendedores, quienes a final del día pretendían duplicar o triplicar el costo original. Para fortuna del verdadero interesado en acudir a los conciertos, los organizadores optaron por modificar la mecánica y por fin recurrir a los medios tecnológicos para la venta de boletos. Aunque esta ocasión dicho procedimiento no fue del todo exitoso, cuando menos se está procurando respetar la “ética de la cola”.

La ética y la moral no están tan apartadas de la vida diaria. Al contrario, cotidianamente convivimos con fenómenos que rayan en la frontera de lo moral e inmoral. Entendamos pues, que conducirse éticamente no solo incide en la conciencia propia, sino en el desarrollo sano de la sociedad misma.

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