Opinión
La incómoda verdad sobre el islamismo que nos negamos a aceptar
Después de todo ataque yihadista en suelo europeo parece repetirse el mismo ritual en los medios de comunicación y la sociedad en su conjunto.
Gobiernos y líderes políticos aparecen en los medios entonando un mantra que se ha vuelto tristemente común: “esto no tiene absolutamente nada que ver con el islam”. Se busca y se rebusca la posible motivación que pudo haber llevado a alguien a cometer ese acto. Inmediatamente muchas voces se escudan en lo obvio (“no todos los musulmanes son terroristas”) e incluso invocan de forma recurrente términos descalificativos como “racismo” o “islamofobia” para invalidar inquietudes legítimas sobre el origen de la violencia islamista. Sin embargo, las encuestas muestran que un 16% de los musulmanes franceses simpatizaban con ISIS en 2014 y que un 27% de los musulmanes británicos simpatizaban con los terroristas que atacaron Charlie Hebdo.
Para observar este fenómeno ya no tenemos que remontarnos meses atrás para dar con el caso más reciente de terrorismo islamista en suelo europeo: el último tuvo lugar la noche del domingo, cuando un solicitante de asilo sirio se inmoló delante de un festival en Ansbach, Alemania, causando un muerto y 11 heridos. El martes pasado, un hombre marroquí apuñaló a una madre y a sus tres hijas en la región de los Alpes, en Francia, porque consideró que ella iba vestida de forma inapropiada. Un día antes, un joven afgano de 17 años, solicitante de asilo, pronunció las palabras “Allahu Akbar (Alá es grande)” antes de acuchillar a cuatro per-sonas en un tren en Alemania. La respuesta del gobierno alemán fue que este ataque “no tenía nada que ver con el islam”.
El caso reciente más grave, en Niza, ha provocado una respuesta muy parecida. Como ya sabemos, Mohamed Lahouaiej Bouhlel mató a 84 personas y dejó heridas a 200, también al grito de “Allahu Akbar”, y tenía contactos con el Estado Islámico y varios fundamentalistas islámicos muy conocidos por los servicios de inteligencia franceses. ¿La respuesta de los me-dios, la mayoría de los políticos y la mayoría de la sociedad? “Esto no tiene nada que ver con el islam”. Por supuesto que la mayoría de musulmanes condenan el ataque de Niza y todos sus precedentes, y que se debe distinguir claramente entre islam e islamismo, manteniendo una política de tolerancia cero con el racismo. Sin embargo, afirmar que el terrorismo yihadista “no tiene nada que ver” con el islam es tan erróneo como afirmar que “tiene todo que ver” con el islam.
Existe una evidente autocensura en estos casos. Los medios hablan del ISIS como el “autodenominado Estado Islámico” o “mal llamado Estado Islámico”, a pesar de ser, sin nin-gún tipo de dudas, bastante islámico. Después de cada ataque islamista, buscamos los posibles motivos que han podido llevar a alguien a perpetrarlo. Buscamos razones en la llamada “isla-mofobia” de la que somos culpables, en la alienación de los jóvenes musulmanes, supuesta-mente causada por la política exterior de los países occidentales. A pesar de que los propios terroristas y el Estado Islámico expliquen claramente que hacen lo que hacen para destruir nuestra forma de vida, nosotros nos empeñamos en buscarles excusas que ni siquiera han pe-dido. En un intento de evitar la polémica, se ha dicho que Mohamed Lahouaiej no era un is-lamista, al no ser un “verdadero musulmán” por beber alcochol, no acudir asiduamente a la mezquita y no ayunar en ramadán. Todo ello ignorando que los autores de los atentados del 11 de septiembre, por ejemplo, pasaron la noche anterior al ataque en un striptease.
La gran mayoría de los yihadistas que atentaron en Francia y Bélgica en los últimos años no se encontraban socialmente excluidos ni fueron maltratados por los gobiernos europeos o la sociedad en ningún sentido: habían recibido la misma educación y los mismos beneficios del estado de bienestar que cualquier otra persona disfruta. Pero intentar buscar razones basadas en nuestra propia culpabilidad es más fácil que admitir la realidad del radicalismo islámico, que entre nosotros hay personas que sirven una ideología que les induce a asesinar a inocentes. Y su objetivo no es otro que atacar a una sociedad que encuentran inmoral por tolerar a gais y minorías o reconocer la libertad de expresión y los derechos de la mujer.
Es cierto que es imposible prevenir todos los atentados, sobre todo si son perpetrados con camiones, como fue el caso de Niza, un recurso utilizado por Hamas contra Israel en el pasado. Pero es posible reducir el riesgo de que se produzcan atentados si se ataja la radical-ización de raíz. Para ganar la guerra contra el terrorismo no sólo basta con librar la batalla físi-ca: es imprescindible ganar la batalla ideológica, vencer la narrativa yihadista y evitar la radi-calización de los jóvenes musulmanes europeos. Y para ello lo primero que hay que hacer es identificar al islamismo como la raíz del problema sin complejos y sin miedo a ser políticamen-te incorrecto u ofensivo. A día de hoy los islamistas se están beneficiando tanto de la retórica racista y anti-musulmana de la creciente extrema derecha como de la reticencia de la izquierda (compartida por la sociedad en su conjunto) a admitir que a día de hoy Europa tiene un serio problema con el islamismo. Los jóvenes no se radicalizan sólo en internet: cada semana en mezquitas, campus universitarios y barrios predominantemente musulmanes en Francia y Reino Unido tienen lugar actos de incitación a la violencia, el antisemitismo, la misoginia y la homofobia, sobre todo por parte de imanes radicales. La politización del islam, denominada salafismo, es un fenómeno que todo país verdaderamente libre y democrático debería combat-ir. Y poco a poco todos los sectores de la sociedad occidental (incluida la comunidad musul-mana) deberán asimilar esta incómoda realidad. Aún entonces, quedará mucho por hacer. Pero al menos será un comienzo
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