Opinión

Privilegio criminal

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Mala racha ésa la de los criminales levantando cadáveres de las calles con las policías haciéndose las occisas.

Grave situación, sí, pero infortunadamente son muchos más los casos que no se hacen públicos.

Dirán algunos que enfocamos la causa de manera muy simple, pero a nuestro entender la mayoría de este tipo de hechos sucede por la simple y sencilla razón de que nuestros agentes policíacos no están debidamente equipados para enfrentarse a los malos, que andan con armas de grueso calibre, granadas y balas por montón, cuando jodidos.

Sucede así porque tenemos en nuestro país un mandamiento legal excluyente y criminal que impide que nuestros policías puedan armarse como lo hacen los malosos.

Ametralladoras, fusiles y pistolas del más alto calibre son de uso exclusivo de nuestras fuerzas armadas.

Aplica por la fuerza para los cuerpos policiales estatales y municipales, pero no hay manera de hacer lo mismo con los delincuentes por la simple y sencilla razón de que viven transgrediendo la ley.

El gobierno y nuestros legisladores tienen que asumir su responsabilidad y evitar que muchos de nuestros policías sigan siendo victimados por criminales mejor armados.

Mientras no se decidan, seguiremos viendo con vergüenza casos como los recientes, con malos recogiendo cadáveres en las calles sin ser molestados, o como el escandaloso suceso ocurrido no hace mucho en Escuinapa, con agentes huyendo al enterarse que no tardaban en llegar los gatilleros a matar a una persona.

Nos guste o no, eso de las “armas de uso exclusivo de las fuerzas armadas” es un privilegio criminal que favorece a los bandidos.

Privilegio criminal, hay que insistir, en el que el gobierno y nuestros legisladores han sido hasta ahora irresponsablemente cómplices.

¿No hemos tenido ya suficientes policías y civiles inocentes asesinados?

 

AUTORIDAD COBARDE 

De principio hasta casi el final, las autoridades electorales han sido continuamente cuestionadas y hasta descalificadas por la mayoría de los partidos políticos y candidatos independientes.

Y hasta se ponen de pechito, se exhiben solitas, como en el caso en el que el Tribunal Electoral de Sinaloa decidió no discutir y votar el dictamen que–se había previamente ventilado– favorecía la impugnación promovida por Adolfo Rojo Montoya contra la disolución del comité directivo estatal del Partido de Acción Nacional, que dicen conllevaría la invalidación de varias candidaturas por parte del blanquiazul.

Ya expresamos en su oportunidad nuestra opinión de que esa disolución operada por el dirigente nacional panista Ricardo Anaya Cortés violentó garantías constitucionales de los destituidos.

Ningún ordenamiento partidista debe estar por encima de lo señalado en la carta magna, pero la realidad política pisotea la legalidad, impune y reiteradamente.

Recordemos que con una claridad que nadie parece ver, el estatuto panista violenta la libertad de expresión de sus militantes: si ven que un gobernante de su partido comete un acto de corrupción, es “ilegal” que lo señalen; no son pocos los panistas que han sido expulsados del partido porque acusaron, con pruebas incluso, que un gobernante panista robó dinero del pueblo.

Pero volvamos a lo nuestro, para advertir que la cuestionada autoridad electoral no es culpable de todo lo que se le acuse; el problema es que ya tienen mala fama, muy bien ganada.

El tribunal eludió el asunto de manera indebida ante la presión ejercida por manifestantes del PAN que, encabezados por el candidato a gobernador Martín Heredia Lizárraga, advirtieron que el dictamen que habría de votarse es parte de la elección de estado, de ese complot que conforme nos acercamos al día de la elección es cada vez más parte del discurso de los que contienden contra el Partido Revolucionario Institucional.

De risa, el pretexto por parte del tribunal de que el dictamen contra la disolución del comité estatal panista fue sacado del orden del día antes de la manifestación blanquiazul; avisan que lo repondrán hasta que el asunto esté debidamente analizado, quizás para navidad.

Irresponsabilidad y cobardía.

Esperemos, porque no hay que perder la esperanza, que culminen mucho mejor de lo que hasta ahora han hecho.

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