México

Menores en la frontera, entre depresión y ansiedad

Publicado

en

A pesar del aumento en las deportaciones de niños, a escala federal no hay recursos para atenderlos, pero sí muchos discursos contra la política de Trump

No puedo revelar su nombre, pero diré lo que vi y lo que me contó uno de esos días en los que ha estado atrapado en Tijuana, esa ciudad de sueños contenidos que tiene el poder de tragarte entre sus calles. Le llamaremos Gustavo y lo presentaré como el adolescente de 15 años más triste que he conocido.

Nació en la Tierra Caliente de Michoacán, donde la disputa entre los cárteles de la Familia Michoacana y Jalisco Nueva Generación provoca altos niveles de violencia y pone en grave riesgo a niños y jóvenes, que son reclutados por los criminales. Hasta hace unas semanas trabajaba al lado de su madre y su hermano en el campo, ahora es un desplazado de la violencia, un niño que migra solo porque tiene miedo de lo que sus ex compañeros de escuela le puedan hacer.

“Hartos amigos de secundaria no les gustaba estudiar y ni tampoco el campo, andaban pues en las mafias. Primero se metió uno nada más para ver que se sentía. Dice que le gustaba porque no hacías casi nada y que el dinero te llegaba solito… y fueron así uno por uno, hasta que se fue la mayoría”, cuenta sentado en una litera de la habitación de varones de la casa YMCA para menores migrantes de Tijuana.

Por sueldos de 5 mil 500 pesos a la semana, sus ex compañeros de clase cobran cuotas, extorsiones a los terratenientes de la zona.

“Y al que no la quiera pagar lo matan. Los hacían, pues, como basura, los agarraban de las camisas, los aventaban a patadas, los subían… No me gustaba”.

—¿Tenías miedo? —le pregunto mientras acariciaba los flequillos de uno de los cobertores de la cama.

—Sí porque ya había tenido amigos que terminaban muertos, miraba como toda su familia lloraba, se desmayaban de tanto llorar.

Un domingo de convivencia familiar, la madre de Gustavo decidió que las invitaciones a ser parte de la mafia no eran un juego. Juntó dinero y subió a su primogénito a un avión para enviarlo lo más lejos que pudiera. Él nunca había volado y no tenía deseos de estar lejos de casa. No le gustaba la escuela, pero disfrutaba el trabajo de campo.

—Lo único que me queda solamente es pa’llá, donde está mi hermana para el otro lado, pero quién sabe —dice incrédulo.

Tiene razón en estar desconfiado del futuro.

Uriel González, quien está al frente de Casas YMCA de menores migrantes en Tijuana ha sido testigo de lo complicado que es obtener asilo. “Debe tener el material probatorio, no solamente es decir tengo miedo o sufro persecución, sino que se debe mostrar en algunos casos incluso con algunas marcas en el cuerpo, cicatrices de tortura, de violencia que esto puede ser sustentado”.

Las Cortes migratorias tienen una lista de espera de 700 mil casos. Los reportes y solicitudes en la frontera con México se dispararon en mil 700 por ciento de 2008 a 2016, según el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por su sigla en inglés). Solo alrededor de 20 por ciento de las solicitudes son exitosas.

“Es un número muy bajo y esto escudado en el discurso estadunidense que si tiene un conflicto, que si están en una zona de conflicto se pueden mover a otra”.

Ante este panorama, Gustavo espera su turno para presentarse frente a las autoridades estadunidenses… Se siente atrapado y son visibles los síntomas de depresión: pasa el tiempo cabizbajo mirando el suelo y casi no convive con otros niños. “A veces como que pierdo la esperanza, como que me pongo nervioso, triste”, dice.

***

No solo la inseguridad en México o Centroamérica tiene a los niños y jóvenes solos en la frontera… Muchos otros están aquí porque están siendo deportados sin sus familias. Las autoridades del DIF en Baja California han detectado un aumento significativo en el número de repatriaciones de niños y adolescentes mexicanos.

Comparado con los primeros seis meses de 2017 con respecto al mismo periodo de 2018 el número se duplicó… De enero a junio del año pasado se repatrió a 605 menores de edad, mientras que en el mismo periodo de 2018 se deportaron a mil 363 niños y adolescentes por el estado.

Pedro, como lo llamaremos, es un niño de 14 años originario de León, Guanajuato. Hace apenas dos horas que fue deportado y hace un día que fue separado de su tío y sus primos, con quienes trepó por el muro fronterizo.

“Cruzamos y duramos como unos dos minutos, ahí esperando el levantón y fue cuando llegó la border”, alcanza a decir con las escasas palabras que salen de su boca.

Al ser detenidos los separaron y un día después él, por ser menor de edad, fue entregado a las autoridades migratorias mexicanas. De su estancia del otro lado solo le queda el recuerdo del frío que tuvo por la baja temperatura en la que está calibrado el aire acondicionado y el sabor de un burrito desabrido que le dieron de comer.

Estamos en la estación migratoria de El Chaparral en Tijuana, donde todos los días el Instituto Nacional de Migración hace entrega de los niños a las autoridades estatales del DIF.

Este día son cinco los menores de edad deportados, entre ellos Pedro, los suben a una camioneta, les quitan sus celulares y les explican que estarán a su resguardo hasta que logren ubicar a sus familiares para que pasen a recogerlos.

—Pónganse los cinturones, por favor. Ahí está para que se sienten bien, vámonos!, les instruye la trabajadora social antes de arrancar.

A pesar del aumento en las deportaciones de niños, a escala federal no hay presupuesto para atender a los niños migrantes en Baja California, pero sí muchos discursos contra la política de Trump.

“Ciertos actores políticos que dan posturas hacia las políticas públicas del presidente Trump y piden que México se ponga en una postura donde se supone que defiende a la niñez, pero el tema de migración le toca al gobierno federal y en el tema del niño migrante no acompañado desde 2014, nosotros no recibimos ningún recurso”, sostiene la presidenta DIF en el estado, Brenda Ruacho.

Cuando le preguntas a Pedro cómo está con palabras entrecortadas dice: “Tristeza, ya no puedo verlos”, alcanza a decir antes de que comience a llorar.

—No te preocupes vamos a localizar a tu familia, lo consuela una de las trabajadoras del DIF. 

Con información de Milenio

Tendencia

Salir de la versión móvil